miércoles, 20 de mayo de 2015
Vaya con el diablo.
Hace unas semanas me encontraba buscando un lugar donde estacionarme en los alrededores de un hospital. Todas las calles aledañas estaban llenas, carro tras carro ocupaban toda la parte de la calle adyacente a la acera; no había un sitio ni siquiera para parquear una bicicleta. Al dar una vuelta a la manzana, noté que más adelante había una “jeepeta” Ford Explorer que iba a arrancar dejando así un buen lugar donde poner mi carro. Me detuve un poco más adelante de dicho vehículo esperando que saliera del estacionamiento y así poder dar marcha atrás para estacionarme de una forma correcta.
Mientras esperaba que el otro conductor abandonara el sitio, vi por el espejo retrovisor un tercer vehículo que dobló por la esquina donde yo había doblado unos minutos atrás. No bien había comenzado a salir del parque el conductor de la Explorer, cuando vi como de manera rápida y furiosa el otro carro aceleró y se metió en dicho lugar que estaba por quedar desocupado. Al ver esto, el conductor de la Ford se detuvo un instante como queriéndole indicar al otro chofer que no debía entrar pues había alguien ya esperando por el puesto; y esto no era ajeno a su entendimiento porque él me había visto detenido mas adelante con mis luces intermitentes encendidas esperando, y por esa misma razón se había metido de esa forma imprudente. Pues no valió lo que hizo el chofer de la Jeepeta, como quiera se metió a pesar de que yo, mirando hacia atrás por mi ventana, también le hice el gesto de que estaba esperando el puesto. El tipo se metió a la mala, y como entró de frente y de forma violenta tuvo que hacer veinte mil maniobras para poder estacionarse de una forma que no impidiera el paso vehicular por la calle.
Mientras el trataba de “aparkar” de alguna manera sin salirse, no fuera que yo entrara, me bajé del carro y decidí ir a hablar con esa persona tan pronto detuviera su vehículo. Ese carro tenia los cristales tintados tan oscuros que a pleno medio día no se podía ver quien estaba dentro. Cuando por fin salieron dos hombres, con voz amable pero firme le dije al conductor que yo había estado esperando ese parqueo y que estaba seguro que me había visto; pero aun así, él no me hizo mucho caso.
–Amigo- le volví a decir –Yo pensé que estábamos en una país civilizado.- A lo que con voz grosera y amenazante me replicó –Vaya pa`lla, tamo en la capital.-
Sinceramente me dieron ganas de contestarle que no sabía si en su campo era permitido hacer eso con los burros en los matorrales, pero que en la capital (como él mismo había dicho) hay ciertas reglas de cortesía; pero para no ofender ni buscar pleitos simplemente le contesté que yo le había hablado “como a la gente” y que él no tenía que haberme hablado “como a un animal”; a lo que una vez más me contestó en tono más ofensivo y desafiante todavía, haciéndome un gesto intimidante con las manos: -Evítate la discusión.- El otro hombre que andaba con él no dijo ni una palabra a todo esto, pero claramente vio las dos actitudes. Lo último que le dije a ese sujeto grosero fue –Vaya con Dios.- No sé si después del incidente conmigo realmente el “fue con Dios”, pero una cosa si es segura, hasta ese momento el venía con el diablo.
Lamentablemente hay muchas personas que van con el diablo a dondequiera que se mueven. El príncipe de las tinieblas los acompaña por todos lados y ejerce su maligna influencia sobre los demás atreves de ellos. Y en casos como este cuando dos personas que van con el diablo se encuentran, la tragedia sucede.
En una ocasión Jesús dijo: “…viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí.” Juan 14:30 Nosotros los que somos hijos de la luz, debemos llevar a Dios adonde quiera que vayamos, Dios debe ser nuestro acompañante siempre, y si alguien que va con el diablo se cruza en nuestro camino, hagamos nuestras estas palabras del Salvador, y por lo menos recordemos a esas personas que ir con Dios siempre será mejor.
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